De Ávila se dice que es la ciudad donde se oye el silencio, se la llama “Ávila de los Caballeros” y “Ávila del Rey”, apelativos que hacen referencia a su historia, y al carácter noble y leal de los abulenses.
La muralla es el símbolo distintivo de la ciudad por excelencia. Aún sin pretenderlo sale continuamente al paso del transeúnte, la muralla se rodea, se pasea , se atraviesa en todas direcciones sus arcos y puertas. Obligado es subir al Adarve (habilitado en tres extensos tramos, a los que se accede por la puerta del Alcázar, por la del Peso de la Harina y por la del Carmen) y contemplar la ciudad desde este paseo sin par.
En 1985 Ávila es declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, algo que se comprende cuando en una primera vista se contemplan las murallas, y después cuando recorriendo sus calles brotan Iglesias, palacios, edificios y monumentos. Todo el conjunto está lleno de Arte y de Historia. La capital más alta de España se alza a unos 1.100 m. De altitud, y es una de las nueve provincias que forman la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Muy próxima a Valladolid (121 km.), a Salamanca (99 km.), a Segovia (67 km.), a Toledo (137 km.) y a Madrid (113 km.). Su clima es frío en invierno y caluroso en verano, con escasas precipitaciones a lo largo de todo el año.
Data la muralla de la segunda mitad del S. XII, y fue mandada levantar por Raimundo de Borgoña, una vez que el rey Alfonso VI hubo conquistado Toledo (1085) y comenzó la repoblación de las tierras meridionales del Duero. Tiene un perímetro de 2516 m., 2500 almenas, 88 cubos, un espesor de 3 m., una altura media de 12 metros y 9 Puertas o Arcos: Puerta del Alcázar, Puerta de la Catedral, del Peso de la Harina o de los Leales, Puerta de San Vicente, Puerta del Mariscal, Puerta del Carmen, Puerta de San Segundo o del Adaja, Puerta de la Mala Ventura o del Cielo, Puerta de la Santa y Puerta del Rastro o de la Estrella.
La Catedral de Ávila es un claro ejemplo de edificio religioso y militar al mismo tiempo, incrustada en la muralla, se iniciaría su construcción en la segunda mitad del S. XII. En su interior deslumbra el Sepulcro del Tostado realizado por Vasco de la Zarza (1512). Hay muchas Iglesias románicas, la mayoría de ellas localizadas extramuros; frente a una puerta de la muralla una Iglesia, la explicación sería que para cobijar a aquellos a quienes la noche sorprendiera y , con la puertas cerradas, no pudieran entrar en la ciudad. Será fácil encontrar las Iglesias de San Pedro, Sto. Tomé Viejo, San Andrés, San Martín, Ntra. Sra. De la Cabeza, San Segundo, San Nicolás y San Vicente, está última es la más bella e interesante, y en su interior guarda un sepulcro románico en piedra, del S. XII.
Otros edificios de gran interés son El Real Monasterio de Sto. Tomás, del S. XV con preciosos claustros y retablo de Berruguete, la Ermita de Ntra. Señora de Sonsoles, construida en el S. XVI en las afueras de la ciudad y que goza de gran vocación, devoción y popularidad, la Ermita de Nuestra Señora de las Vacas (S. XV), el antiguo Convento de Santa Ana (S. XIV-XVI) actual sede de la Delegación Territorial de Castilla y León, y los Cuatro Postes en las afueras, se trata de cuatro columnas del S. XVI, pertenecientes a un antiguo humilladero, desde dónde se divisa una excelente panorámica de la ciudad, la zona de los Cuatro Postes se convierte en el mejor escenario para la ubicación de un nuevo espacio cultural. En estos Cuatro Postes la leyenda popular sitúa episodios de la vida de Santa Teresa.
Por la ciudad también encontramos muchas casas palaciegas, muestra del pasado esplendor que gozó Ávila, estas casas se construyeron a lo largo del S. XVI , muchas de ellas sobre construcciones anteriores, algunas, convertidas en edificios públicos o restaurantes, pueden visitarse: la Casa de los Deanes, el Palacio de Bracamonte, el Palacio de don Nuño Vela, la Casa de don Juan de Henao, el Palacio del Marqués de Velada, la Casa de los Dávila, el Palacio de Polentinos, El palacio de Valderrábanos, el Palacio de los Serrano (amplio complejo cultural), el de los Verdugo, la Casa de don Juan del Aguila y el Torreón de los Guzmanes, sede de la Excma. Diputación Provincial y dónde se ubica una sala de exposiciones.
El recorrido artístico-histórico de la ciudad se completaría con la llamada Ruta Teresiana: Iglesia de la Santa, construida en el S. XVII sobre la casa en la que nació, en lo que fueron las caballerizas se ha instalado un interesante Museo Teresiano, la Iglesia de San Juan, dónde fue bautizada, el Convento de Nuestra Señora de Gracia (fundado en 1510) donde comenzó su educación religiosa, el Monasterio de la Encarnación (S. XV), donde permaneció 27 años y de dónde salió para emprender la reforma carmelita, y el Convento de San José o Las Madres, el primero que fundó, y que después de la primitiva construcción Francisco de Mora reconstruyó su Iglesia en estilo herreriano.
Pero Ávila es más que su historia y sus monumentos, visitar la ciudad supone el ir descubriendo cada rincón, y en cada rincón no solo encontraremos arte, también una interesante oferta gastronómica: numerosos bares para tapear (los bares en Ávila compiten con la calidad y cantidad de sus aperitivos) y numerosos restaurantes para comer bien. La gastronomía ofrece lo mejor de la provincia: las afamadas carnes y judías, patatas legumbres y hortalizas, los caldos de Cebreros..., pero lo más típico son las yemas de Santa Teresa, dulce exquisito de difícil imitación. Periódicamente hay representaciones teatrales o musicales, y es muy extraño el día que la ciudad no ofrezca una actividad “extra” de interés cultural. La primera semana de junio se celebra La Ronda de Leyendas, en la que actores escenifican episodios legendarios de la historia abulense, también en junio tiene lugar la Ronda Poética a la Muralla, donde poetas locales y nacionales declaman versos, teniendo la muralla como escenario. Las Jornadas Medievales y la Feria del Caballo se celebran el primer fin de semana de septiembre, las calles se ambientan, se llenan de tenderetes y muchos abulenses se disfrazan y se trasladan a la Edad Media. En las fiestas de julio, los aledaños de la plaza de toros se llenan de casetas y de atracciones, y el 15 de octubre, las fiestas de Sta. Teresa atraen a cantidad de personas de los alrededores.
El Patrón de la ciudad es San Segundo y sus festejos tienen lugar el día 2 de Mayo, pero es la Semana Santa abulense la festividad que está catalogada de interés turístico regional.
Cuenta Ávila con el complejo de ocio Naturávila, a tan solo 3 kilometros de la ciudad, en la finca del Fresnillo, dónde destaca el cuidado campo de Golf y la posibilidad de practicar este deporte. El tiro con arco, paddle, tenis, equitación, quads, y todo tipo de deportes naúticos son posibles en Naturávila. Son muchos quienes se desplazan de ciudades limítrofes hasta aquí. Y es que Ávila es mucho más que sus murallas.
Gastronomía
Predomina en la gastronomía abulense la cocina tradicional, es decir, la cocina de siempre, centrada más en la calidad y autenticidad de los ingredientes que en la novedad de su aderezo o en el espectáculo de la presentación. Es cocina sin etiquetas o añadidos como pudieran ser "nuevo", "moderno" o "posmoderno“, coletillas que casi siempre suponen atentado y merma del bolsillo, mucho arte en la disposición de los elementos, títulos muy largos y no intelegibles, mínimas raciones y la dictadura de la salsa novedosa disfrazando los sabores y emboscando las tomaduras de pelo y los indicios de fraude. Cocina basada en los productos de la tierra, que se presentan bien aderezados, con sustancia y sabor, adecuados para comer con regalo pero sin extravagancias.
Para hacer un resumen de la gastronomía de Ávila nada mejor que confeccionar un breve menú de síntesis. A modo de entremés, podemos degustar unos espárragos de Lanzahíta, unos pimientos rellenos de Arenas de San Pedro y Candeleda o un gazpacho veraniego elaborado con productos del valle del Tiétar. O bien, picar entre diversas variedades de embutido, concretamente del chorizo de Muñogalindo y Muñana, de Velayos o de la zona de El Barco. Procede catar las famosísimas judías de El Barco, tal vez precedidas de unas patatas revolconas, que no por humildes son de despreciar, bien en forma de tapa o de ración más amplia, muy típicas en la zona de Piedrahíta.
En el capítulo de los pescados, no se puede tomar otra cosa sino la delicada y sabrosa trucha del Tormes, pieza muy solicitada por paladares exigentes. En el capítulo de las carnes la oferta es más amplia; mención especial merece la Carne de Ávila, procedente exclusivamente de la Raza Avileña Negra Ibérica y con múltiples posibilidades de preparación, destacando el famoso chuletón. Los ganaderos de esta raza han mantenido históricamente un sistema de producción extensivo y trashumante, caracterizado por el aprovechamiento de muy diversos recursos naturales y efectuando largos recorridos entre las dehesas de suroeste y las sierras centrales, situadas en Parques Naturales (Sierra de Gredos, Monfragüe...), en entornos de elevada biodiversidad y cuidando al máximo el bienestar animal, condiciones que confieren a la Carne de Ávila una calidad insuperable. La Carne de Ávila es roja, brillante, firme al tacto, de textura fina, sabrosa y tierna.
Lomo en aceite; caldereta de cordero, sobre todo la de Candeleda; cordero y cochinillo asado, que debe degustarse preferentemente en Madrigal de las Altas Torres y sobre todo en Arévalo, villa que, como otras muchas de la geografía española, atrae a tantos viajeros por su oferta gastronómica y por la fama de su buena mesa como por la riqueza histórica y monumental.
En estas dos últimas especialidades se recomienda que, tanto el cordero asado como el cochinillo se tomen como mandan los antiguos cánones, es decir, como plato exclusivo y único, acompañados -eso sí- de la consabida e imprescindible ensalada y sin olvidar la grata compañía del pan y de un jarro de vino. Si estamos a punto de decir adiós a la Cuaresma, se recomienda el poco penitencial y típico hornazo, aumentativo que no es otra cosa sino una hogaza de pan llena de diversos y apetitosos ingredientes: lomo, longaniza, huevo cocido y un aderezo de torreznos. No puede dejarse de citar el cocido morañego, que en olla de barro alcanza al fuego su punto de sabor y se nutre de los aterciopelados garbanzos de la tierra, con la sabrosa compañía de algo de repollo, morcillo y tocino.